I L'ALTRA MITJA, EN CAMÍ

diumenge, 12 d’abril del 2020

El final

Y es que joder: las cosas buenas pasan siempre al principio. Los principios alientan, dan ganas. Los principios almacenan la luz crepuscular de mil astros vibrando al unísono en la galaxia, el calorcito de cuando sales al balcón a tender los calcetines y de repente te da el sol en la cara y piensas “mmm, qué bien”. Los principios son la polla. Pero, claro, lo jodido es que los principios siempre esconden un después.

Y bueno, no me gustaría caer en la grandilocuencia, pero dejadme que insista: ¿no es la vida un trayecto en tren de largo recorrido cuyo momento álgido encuentras de pie en el andén, observando el horizonte que se pierde en los raíles, con los ojos inyectados de expectativa, esperando a que llegue el convoy de tu futuro? 

¿Y luego? Luego, ya se sabe. Coges asiento, y cuando apenas has levantando la mirada para contemplar el paisaje que transcurre más allá del ventanal, todo ya se ha ido un poquito a la mierda. Y, bueno, no deja de irse a la mierda, la verdad. 

Las cosas deberían empezar y no continuar jamás. 

—Cógeme la mano, por favor.

Y aquí estoy, cogiendo la mano moribunda de Antonio en el final de su viaje, con el aspecto de un astronauta improvisado en un trágico carnaval de emergencia celebrado en el box 4: bata, gafas protectoras, mascarilla y una bolsa de basura de diez litros en la cabeza. El virus de los cojones. Menudo hijo de la gran puta.

Han sido diez días. Diez días dan para conocer a alguien, incluso dan para que ese alguien se convierta en un potencial “te echaré de menos”. En estos diez días, Antonio me ha contado que él y su familia son de Gavà, que es viudo, que tiene un hijo y que es guionista de televisión, y que su yerna también es enfermera pero que trabaja en el hospital de Sabadell. Que sus nietos se llaman Ana y Gabriel. Que es del Espanyol, que el equipo no se escoge, que qué se le va a hacer, que le gusta bailar lentos (aunque ahora ya no tanto por lo de su mujer) y que si le tocara la lotería se iría a vivir a una isla del Caribe o a Cadaqués, en una barraca de pescador de esas. Que sabe que está complicado, que hay mucha gente igual. Que es muy mayor, que lo de la bronquitis crónica no ayuda, que es lo que hay. Que le da igual morir, de verdad. Que sólo quiere ver a su hijo y a sus nietos. Que si no le dejan se va a escapar, que lo jura por Dios. Que se cansa hasta para ir al baño. Que hoy se encuentra peor. Que apenas puede respirar. Que si se va a morir. 

—Tranquilo, Antonio— y contengo el aire.

No sé, que los principios están mejor, joder.

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