Era extraño. La bicicleta y el ciclista avanzaban como se
supone que hay que avanzar: hacia adelante. Sin embargo, las ruedas no. Las
ruedas giraban en dirección contraria a la que deberían girar: es decir, hacia
atrás. ¿Por qué giraban en esa dirección y, aún así, la bicicleta avanzaba en
la dirección en la que la bicicleta estaba dispuesta? En realidad, poco
importaba mientras la bicicleta avanzara. Pero, aún con todo, le resultaba
perturbador. Cuando aprendió a invertir el pedaleo, con las manos en el asiento
y el culo en el manillar, todo le pareció más lógico.